lunes, 11 de septiembre de 2017

INDEFENSIÓN APRENDIDA


La indefensión aprendida es el convencimiento de que, hagamos lo que hagamos, no obtendremos un resultado distinto.

Los primeros estudios sobre la indefensión aprendida se realizaron en animales. El psicólogo Martin Seligman apreció que cuando estos eran sometidos continuamente a estímulos negativos y no tenían la posibilidad de escapar, en cierto punto simplemente dejaban de intentar evitar el estímulo, se rendían y se comportaban como si estuvieran completamente indefensos. Lo peor de todo es que cuando se les daba la oportunidad de escapar no la aprovechaban, porque en el pasado habían aprendido que no tenían escapatoria.

El cuento del elefante encadenado de Jorge Bucay refleja exactamente qué es la indefensión aprendida:




Martin Seligman explica que somos incapaces de reaccionar ante situaciones dolorosas porque en cierto punto del camino y después de haber intentado cambiar el curso de las cosas sin obtener los resultados previstos, nos inhibimos y caemos en un estado de pasividad. En otras palabras, cuando nos sentimos desamparados y creemos que no hay solución, tiramos la toalla, hasta tal punto que somos incapaces de ver las oportunidades de cambio que se presentan en nuestro camino. Es como si nos colocáramos la venda del pasado en los ojos y dejamos que esta determine nuestro futuro.

En la indefensión aprendida se afectan cuatro áreas fundamentales: motivacional, cognitiva, emocional y comportamental, lo cual da lugar a una serie de pensamientos, sentimientos y comportamientos característicos:

- La persona ha perdido la motivación para seguir luchando, ha tirado la toalla rindiéndose ante las circunstancias. En otras palabras, asume el rol y la mentalidad de la víctima, lo cual se manifiesta a nivel conductual a través de una profunda apatía.

- La persona no aprende de los errores, cree que no puede hacer nada para mejorar su situación y asume su destino como inmutable. Los errores dejan de ser herramientas de crecimiento y se convierten en demostraciones de la fatalidad.

- La persona se sume en una profunda depresión, desarrolla una visión pesimista del mundo y de desesperanza, asumiendo que es incapaz de salir de esa situación. A menudo puede sentirse como hojas movidas por el viento o marionetas del destino.

- La persona no toma decisiones importantes pues considera que no puede cambiar el curso de su vida y que no tiene ningún control, como resultado se encierra en sí misma y sufre pasivamente las circunstancias.

Todas las personas no reaccionan de la misma manera ante la adversidad, hay quienes desarrollan una indefensión aprendida y otras se hacen más resilientes. La clave radica en los recursos de afrontamiento que seamos capaces de activar en esos momentos.

Por eso, el propio Seligman defiende la necesidad de fracasar. Necesitamos sentirnos tristes, enfadados y frustrados. Protegernos de esas emociones nos vuelve más vulnerables a ellas porque no aprendemos a perseverar.

La capacidad para ser resilientes se basa, fundamentalmente, en la confianza en nuestra capacidad para salir airosos de la adversidad, y solo se desarrolla cuando tenemos la posibilidad de luchar y convertirnos en los artífices de nuestra vida. Desarrollar un locus de control interno es fundamental para resistir los peores embates ya que nos permite ser conscientes de que, aunque las circunstancias influyen, en última instancia no determinan el rumbo.

Aprender a intervenir en el medio en el que nos desenvolvemos y obtener resultados, ya sean positivos o no, nos permite comprender que tenemos cierto grado de control y que las variables externas no siempre son las máximas responsables de lo que nos ocurre. Después de todo, siempre podemos elegir la manera en la que reaccionamos ante las situaciones.