La indefensión aprendida es el
convencimiento de que, hagamos lo que hagamos, no obtendremos un resultado
distinto.
Los primeros estudios sobre la
indefensión aprendida se realizaron en animales. El psicólogo Martin Seligman
apreció que cuando estos eran sometidos continuamente a estímulos negativos y
no tenían la posibilidad de escapar, en cierto punto simplemente dejaban de
intentar evitar el estímulo, se rendían y se comportaban como si estuvieran
completamente indefensos. Lo peor de todo es que cuando se les daba la
oportunidad de escapar no la aprovechaban, porque en el pasado habían aprendido
que no tenían escapatoria.
El cuento del elefante encadenado
de Jorge Bucay refleja exactamente qué es la indefensión aprendida:
Martin Seligman explica que somos
incapaces de reaccionar ante situaciones dolorosas porque en cierto punto del
camino y después de haber intentado cambiar el curso de las cosas sin obtener
los resultados previstos, nos inhibimos y caemos en un estado de pasividad. En
otras palabras, cuando nos sentimos desamparados y creemos que no hay solución,
tiramos la toalla, hasta tal punto que somos incapaces de ver las oportunidades
de cambio que se presentan en nuestro camino. Es como si nos colocáramos la
venda del pasado en los ojos y dejamos que esta determine nuestro futuro.
En la indefensión aprendida se
afectan cuatro áreas fundamentales: motivacional, cognitiva, emocional y
comportamental, lo cual da lugar a una serie de pensamientos, sentimientos y comportamientos
característicos:
- La persona
ha perdido la motivación para seguir luchando, ha tirado la toalla rindiéndose
ante las circunstancias. En otras palabras, asume el rol y la mentalidad de la
víctima, lo cual se manifiesta a nivel conductual a través de una profunda
apatía.
- La persona
no aprende de los errores, cree que no puede hacer nada para mejorar su
situación y asume su destino como inmutable. Los errores dejan de ser
herramientas de crecimiento y se convierten en demostraciones de la fatalidad.
- La persona
se sume en una profunda depresión, desarrolla una visión pesimista del mundo y
de desesperanza, asumiendo que es incapaz de salir de esa situación. A menudo
puede sentirse como hojas movidas por el viento o marionetas del destino.
- La persona
no toma decisiones importantes pues considera que no puede cambiar el curso de
su vida y que no tiene ningún control, como resultado se encierra en sí misma y
sufre pasivamente las circunstancias.
Todas las personas no reaccionan
de la misma manera ante la adversidad, hay quienes desarrollan una indefensión
aprendida y otras se hacen más resilientes. La clave radica en los recursos de
afrontamiento que seamos capaces de activar en esos momentos.
Por eso, el propio Seligman
defiende la necesidad de fracasar. Necesitamos sentirnos tristes, enfadados y
frustrados. Protegernos de esas emociones nos vuelve más vulnerables a ellas
porque no aprendemos a perseverar.
La capacidad para ser resilientes
se basa, fundamentalmente, en la confianza en nuestra capacidad para salir
airosos de la adversidad, y solo se desarrolla cuando tenemos la posibilidad de
luchar y convertirnos en los artífices de nuestra vida. Desarrollar un locus de
control interno es fundamental para resistir los peores embates ya que nos
permite ser conscientes de que, aunque las circunstancias influyen, en última
instancia no determinan el rumbo.
Aprender a intervenir en el medio
en el que nos desenvolvemos y obtener resultados, ya sean positivos o no, nos
permite comprender que tenemos cierto grado de control y que las variables
externas no siempre son las máximas responsables de lo que nos ocurre. Después
de todo, siempre podemos elegir la manera en la que reaccionamos ante las
situaciones.